Gonzalo Gabriel Estrada Cervantes

El territorio, las ciudades y su latido

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Por Gonzalo Gabriel Estrada Cervantes*

El sentido de pertenencia de los seres humanos a un territorio se fue gestando a la par de ir explorando y encontrando lugares en los que podía satisfacer sus necesidades básicas, ponerse a salvo de las inclemencias del clima y “domesticar” en su beneficio para la supervivencia su entorno natural. El desarrollo de la agricultura es, sin lugar a duda, el punto de establecimiento de las poblaciones en un determinado territorio. El establecimiento de la población en esa porción de tierra es también el punto de partida de la organización social de la comunidad para gestionar sus recursos y dotarse de sus propias normas de convivencia.

La presencia y desarrollo de la comunidad en un territorio dio paso para ir entendiéndolo no sólo como un espacio para la supervivencia primaria sino para fortalecer los vínculos afectivos entre sus miembros y dar soporte a sus actividades vitales y sociales. De manera tal que de una organización tribal fueron evolucionando a una organización socio-política bien definida, como ha sucedido en prácticamente todas las culturas del mundo. Por citar dos ejemplos, toda proporción guardada entre ambos, podemos referirnos a los calpullis (grandes casas) de la cultura azteca en la época prehispánica y de la polis griega con sus ciudades-estado; a ambas figuras les caracteriza básicamente una economía agropecuaria. Siendo el calpulli un antecedente tanto de la figura del municipio como del ejido en México.

En el caso de la polis griega también se diferenciaban en su territorio dos grandes zonas, una urbana y una rústica, Asty y Jora o Era, respectivamente. Con sus funciones perfectamente delimitadas. Así como también en ambos antecedentes griegos y mexicas se tenía claridad en la función social del territorio, las distintas funciones sociales de su comunidad y una organización político-administrativa.

Estos elementos distintivos: territorio, población y “gobierno” han sido trasladados a ese artificio que hemos creado, el Estado, convenientemente para vivir de manera organizada y alcanzar mediante éste instrumento político el ideal moral de los ciudadanos: la felicidad o bienestar social.

Al respecto, Jean Jacques Rousseau, afirmaba sobre la fortaleza del Estado y su función: “Poblad igualmente el territorio, extended por todas partes los mismos derechos, llevad a todas ellas la abundancia y la vida; y de este modo el Estado llegará a ser al mismo tiempo el más fuerte y el mejor gobernado de todos”.

Ahora bien, volviendo a la polis y al calpulli, en cuanto “ciudades”, estaban dotadas de espacios para la vida de sus pobladores en sus diferentes vertientes, económica, religiosa, política o de ocio. Desarrollando su propia arquitectura y urbanismo. Su propio entramado urbano.

Así esta figura del Calpulli evolucionó, después de la conquista española, a lo que conocemos como municipio (2,547 en México), y se le define como a una persona de derecho público que se constituye por un territorio determinado que tiene como fin administrar sus propios recursos, pero que depende en mayor o menor medida de una entidad pública superior (entidades federativas).(Hernández Gaona, 1991).

Haciendo una división simple en términos de la denominación de comunidades, su territorio, su vocación y el tamaño que integran un municipio, podemos decir que la mayoría de los 2,547 que existen el país se integran por localidades y ciudades, en las tres diferentes clasificaciones de municipio urbano, semiurbano y rural.

En México, actualmente el 74.2 por ciento de la población vive en el ámbito urbano, en 401 ciudades según el Sistema Urbano Nacional (2018). Lo cual constituye un gran reto para las distintas Administraciones públicas Estatales, Municipales y Federal de lograr los mínimos satisfactores para el desarrollo de la población que las habita en constante dinámica de solución de problemas y surgimiento de nuevos.

Aunque no existe en la legislación mexicana una de definición de Ciudad, quizás ni en el ámbito internacional, vamos a referirnos a ella como la define de manera sintética el diccionario: “Población donde habita un conjunto de personas que se dedican principalmente a actividades industriales y comerciales”. Definición a que a simple lectura no nos refleja ningún elemento a destacar respecto de su conformación más allá de las actividades que teóricamente desarrolla su población.

Veamos entonces otra definición de ciudad y varios elementos destacables que nos puede ir arrojando esa “Magma de significaciones (Harvey 2004)”, a manera de acercamiento al pulso, al latido perenne de estos “conglomerados” de población. Así, Martínez Castro (2003), señala:

Una ciudad es una comunidad de asentamiento, es decir, un espacio social donde un colectivo humano reside, se organiza y se reproduce socialmente. Como toda comunidad humana contará con sus propias pautas de organización, con su propia política, puesto que quienes participan de la vida de la ciudad forman parte de un colectivo.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base, donde se ubican diversos grupos domésticos que realizan las actividades de cuidado y atenciones básicas para las mujeres y los hombres. La concurrencia y recurrencia de estos grupos domésticos otorga a las ciudades este carácter de asentamiento base.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario, permanente, que no depende de desplazamientos estacionales, temporales o cíclicos del lugar de emplazamiento.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario que no produce todos los alimentos que necesita, de manera que siempre precisa de un «espacio rural», en el que se producen aquellos suministros alimentarios que abastecen a quienes residen en la ciudad.

Una ciudad es una comunidad de asentamiento base sedentario de mayor tamaño que el resto de los asentamientos de su propia sociedad. Es decir, la ciudad, como parte de un entramado de asentamientos de una sociedad, representa la forma de mayor tamaño, mayor siempre que otros asentamientos.

Atendiendo a estas características destacables de la ciudad, cabe preguntarnos: Qué derechos y obligaciones tenemos y ejercemos como habitantes de una ciudad; qué y cómo le demandamos a la autoridad gestora de la ciudad la satisfacción de nuestras necesidades; tenemos o no, una buena relación de reciprocidad con la autoridad y entre nosotros mismos como habitantes de la ciudad. Para como lo expresara Lefebvre, instaurar la posibilidad de  “buen vivir” para todos, y hacer de la ciudad “el escenario de encuentro para la construcción de la vida colectiva”.

Dejo aquí estas ideas generales para ir abordando con posterioridad los grandes retos que tenemos, tanto los ciudadanos como las administraciones públicas, para lograr hacer “vivible” dignamente nuestra ciudad a partir de un profundo sentido de pertenencia e identidad y reciprocidad.

*El autor es Licenciado en Derecho, Maestro en Desarrollo Rural, Ambiental y de la Sostenibilidad. Diplomado en Unión Europea.

chaloes@hotmail.com

@GOGAES

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